Tertulia en la cárcel
23 de mayo de 2018
¡Gracias papá Dios!
El siguiente es un fragmento de Anotaciones a la Libertad II. El original fue escrito por el interno Germán Mendoza Obando. Los lectores pueden dejar un comentario al final del escrito para poder llevarlo al autor del manuscrito.
Todavía me siento atrapado por los brazos de Morfeo
cuando un murmullo, que va de menos a más, y el relampaguear
de las luces me arrebatan de los brazos del dios
del sueño y me sueltan en la cruda realidad de las 5:30 a.m.
en la cárcel La Picota de Bogotá. El hacinamiento hace
que cualquier espacio quede cubierto por las colchonetas
y pertenencias de las aproximadamente 60 personas que
dormimos por fuera de las celdas. En 10 minutos todo esto
queda debida y asombrosamente organizado al fondo del
pasillo, lo que sigue es dirigirse hacia la puerta, pues no
demora la guardia en abrir para poder bajar al patio.
Está a punto de escucharse la frase que da título a
ésta crónica.
Estamos en el tercer piso esperando que abran la
puerta. Como siempre, abren primero el piso de abajo
y se oye la gente saliendo y, como siempre, durante todos
estos meses, esa voz que, además de darme buena
energía para iniciar la jornada, me hace un espacio de
reflexión sobre la vida, la esperanza y la fe. Ésta es la frase:
¡Gracias papá Dios!, expresada con una fuerza y entusiasmo
que contagia.
Cuando tenía decidido el nombre de mi crónica y al
comentarlo con otros compañeros, corroboré que ellos
también escuchan estas palabras. Todos coincidimos en
que no sabemos la identidad del autor de la frase y decidimos
dejarlo en el anonimato, para seguir disfrutando
de esas palabras y su sentido cada mañana, con fuerza y
entusiasmo.
Cuando comencé esta crónica pensé en separarlo en
espacios temporales marcados por las contadas: la de la
mañana da paso a las actividades judiciales, sanitarias,
educativas, culturales, etc.; la de la tarde, marca el inicio
a tender otra vez todas las pertenencias en el sitio asignado
para dormir y esperar la comida; la de la noche solo
deja una hora, hora y media hasta que apaguen la luz y
nuevamente buscar a Morfeo.
En este tiempo, mientras espero que apaguen la luz,
reflexiono sobre lo acaecido en el día, ahora intento buscar
cómo explicarme a mí mismo, de qué manera un ateo
confeso como yo doy gracias por la vida, por la esperanza
y por la fe, con un fuerte y entusiasta: ¡Gracias papá Dios!