Cárcel y Cultura
28 de abril de 2023

Reflexión sobre el cuento “Ante la ley”

Por: Santiago Hinestroza López, estudiante de tercer año de Derecho y monitor del CIPC.

Nadie mejor que el campesino, protagonista de la historia, para experimentar en carne propia el absurdo kafkiano, aquel esfuerzo banal por sortear un laberinto de situaciones innecesariamente complicadas. El sistema legal parece ser tan grande e implacable que no se compadece con nuestro clamor de justicia.

¿Serán las acciones de aquellos que buscan una justicia imposible, al igual que las de los personajes kafkianos, cometidos tan ilógicos, que están condenados a fracasar? ¿Qué diremos de los individuos marginales, por fuera del contrato social, para los que no fueron hechas las leyes y las penas?

Tal como lo expresó el mismo Kafka, resulta en extremo mortificante el verse regido por leyes para uno desconocidas[1]. Quizá, vaticinó una realidad como la nuestra, en que las leyes nos resultan, en su mayoría, desconocidas a la vez que inaccesibles. Esas leyes, que en muchas ocasiones, no parecen representar la voluntad de cada individuo que se somete a ellas; que no sin razón nos hacen pensar, que ocultan un secreto reservado para un pequeño grupo que nos gobierna.

ANTE LA LEY[2]

Franz Kafka

Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.

-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo si quiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.

Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:

-Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.

Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.

-¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-. Eres insaciable.

-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?

El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus de fallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:

-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.


[1] estoespurocuento, A. (2013, septiembre 4). Franz Kafka: La Cuestión de Las Leyes. A qué palo te arrimas. https://estoespurocuento.wordpress.com/2013/09/04/franz-kafka-la-cuestion-de-las-leyes/

[2] Kafka-Sobre la cuestión de las leyes-Ante-la-Ley.pdf—[PDF Document]. (s. f.). fdocuments.ec. Recuperado 27 de abril de 2023, de https://fdocuments.ec/document/kafka-sobre-la-cuestion-de-las-leyes-ante-la-leypdf.html